El olor a químicos hirviendo le recordó sus fallidas clases de química de secundaria. Alarmada, detuvo el auto a la orilla cuando comenzó a fallar el motor, con todos los sensores que tenía indicando falla catastrófica. En aquel caluroso y desierto camino, con el auto apagado y en estado catatónico, casi echó a llorar cuando vio su teléfono sin cobertura. Vio salir vapor bajo el capó del auto pero no se atrevía ni siquiera a bajar. Sin saber qué hacer, apoyó la frente en el volante y se echó a llorar.
El pasó velozmente a su lado, y lo único que vió fue un auto detenido, y algo que parecía humo. Rápidamente puso sus luces de emergencia, se detuvo a un lado, abrió uno de los maleteros laterales y sacando su pequeño extintor corrió hacia el auto. Ella al verlo, bajó la ventanilla a medias, asustada. El le preguntó si estaba bien, y le pidió bajar del vehículo para revisarlo. Cuidadosamente abrieron el capó y una nube de vapor que había sido líquido refrigerante se fue a la atmósfera. No había habido mayor daño: la tapa superior del radiador había estallado por la sobrepresión, dejando el auto inutilizado.
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