viernes, 29 de julio de 2016

Continuación. Cap. IV. - El Despertar - "Posesión"





Hasta colonias de bacterias mortales en la saliva. No había reglas. A pesar de no tener conciencia, imaginación tenían de sobra al momento de diseñar “armas” por medio de la influencia sobre los organismos en los que entraban. Seguían vagando por el orbe, pero ahora continuamente se posesionaban de los cuerpos que conseguían dormidos, y los lapsos en que se encontraban fuera de algún organismo eran cada vez menos. Igualmente la carga energética se fue diluyendo al ir reproduciéndose. Los nuevos descendientes iban adoptando características mixtas, compartiendo algunas cualidades de la conciencia de los organismos y otras de las misteriosas y antiguas entidades. En varias oportunidades se acercaron al pequeño planeta azul otras civilizaciones errantes. Al tratar de posesionarse una de las entidades de uno de ellos, el pánico de los visitantes fue total, y destruyeron a todos los que pudieron. Luego de tomar muestras de todos los organismos del planeta que les fue posible, continuaron su viaje, pero registrarían los hechos acaecidos para futuras expediciones.

martes, 26 de julio de 2016

Continuación Cap. IV - El Despertar.





Pululaban por la faz de la tierra, jugueteando a su vez con la capacidad de incorporarse a los cuerpos de los seres que conseguían en su vagar, desde los primeros microorganismos hasta que aparecieron los primates. Con tanto tiempo y objetivos para practicar, ya no les sería difícil entrar a los cuerpos de éstos. Pero al tratar, se dieron cuenta de que se encontraron con una resistencia sorprendente. Los pequeños simios estaban fuertemente aferrados a sus cuerpos. Y habían adoptado la fastidiosa costumbre de desaparecerse cuando se concentraba cerca alguno de los seres, reuniendo su poder y voluntad, buscando el punto de entrada en el organismo. Y aquí es donde ocurrió algo interesante. Con el tiempo se dieron cuenta de que era mucho más fácil hacerlo cuando estaban dormidos. Una vez dentro, las necesidades físicas del cuerpo que ocupaban se hacían más patentes. Pero como podían desembarazarse de él como un humano hace con una prenda de vestir, simplemente se adaptaban, y se fueron acomodando a un nuevo tipo de relación. Ya no se sentían flotando en una niebla tenue, en la que no existía día ni noche, y en la que veían todo con visión monocromática, a menos que se concentraran lo suficiente como para poder detallar las diferentes longitudes de onda que originan los colores. Al principio se sintieron pesados, lentos y torpes. Una vez que fueron estudiando los componentes del organismo, pudieron intervenir inconscientemente en su evolución. El resultado fue un continuo devenir de especies mucho más agresivas y fuertes. El resto de las otras especies, alguna de las cuales también estaba sujeta a ser posesionada por otras entidades de la misma especie, se vio obligada a desarrollar habilidades sociales para poder defenderse, y entre otras cosas, siguiendo el ejemplo de sus entidades “hermanas”, cerebros más grandes, y multitud de diversos dispositivos orgánicos de defensa: músculos cada vez más fuertes, tamaño, veneno, tentáculos, olores nauseabundos, garras.

domingo, 24 de julio de 2016

Continuación - Cap. IV - El Despertar





Y una vez que la entidad despertó, comenzó nuevamente su periplo por todo el planeta, observando con interés todos los cambios que habían transcurrido desde que observó al cometa extinguir la vida cuando apenas comenzaba a aprender a manejarla. Sucesivamente observó la aparición de especies mucho más pequeñas, pero a la vez al estudiarlas de cerca pudo ver que eran mucho menos primitivas, con órganos sensoriales más elaborados, complejos, sistemas nerviosos que bajo su mirada de ser no físico brillaban con los impulsos eléctricos bajo la piel mucho menos gruesa que los revestía. Parecían bajo su mirada pequeños globos con microdestellos como lucecitas de árbol de navidad. Aunque no fuera un espectáculo que le interesara particularmente. Ese tipo de conciencia a pesar de toda su capacidad, posibilidades y habilidades, no apreciaría belleza, ni conceptos complejos como la bondad, ni otros parecidos. Era un depredador nato, siempre en la búsqueda de satisfacer instintos primitivos. Carecía de la capacidad de raciocinio. Al menos como nosotros lo comprendemos. Y ahora, pequeñas partes de él, pero con conciencia propia habían sobrevivido al cataclismo que había acabado con los grandes saurios.

viernes, 22 de julio de 2016

Continuación Cap. IV. El Despertar





Después de todo, una mente consciente, incorpórea, capaz de mantener presentes vivencias producto de millones de años vagando por la Tierra, podía ser que comenzara a apreciar los cortísimos períodos de sueño de los organismos que ocupaba. Y había justamente descubierto un sitio donde podía darse el lujo de “apagar” su conciencia durante un rato. Un sitio con una gran veta de cobre. Tal vez la distorsión de los campos geomagnéticos que originaba la enorme masa de cobre subterráneo le incomodaba menos para el descanso. La verdad era que se sentía tan a gusto que, concentrándose lo más que pudo en un limitado espacio físico, lo que jamás había hecho, se quedó ahí. Ya en su viaje por el cosmos había visto el mismo fenómeno millones y millones de veces y sabía el efecto que eso producía en los planetas en donde ocurría. Destrucción total asegurada. Y mientras tanto, en la superficie de la tierra llegaba el gran invierno, luego del cataclismo cósmico que barrería con las especies que habían dominado la superficie del planeta. Había percibido el enorme impacto del meteorito con el mismo interés que un humano tendría si una lámpara se hubiera encendido durante unos segundos en una habitación iluminada. Y se había dispuesto a realizar luego de ello, una actividad análoga a una siesta humana.

Continuación Cap. IV. El Despertar





Después de todo, una mente consciente, incorpórea, capaz de mantener presentes vivencias producto de millones de años vagando por la Tierra, podía ser que comenzara a apreciar los cortísimos períodos de sueño de los organismos que ocupaba. Y había justamente descubierto un sitio donde podía darse el lujo de “apagar” su conciencia durante un rato. Un sitio con una gran veta de cobre. Tal vez la distorsión de los campos geomagnéticos que originaba la enorme masa de cobre subterráneo le incomodaba menos para el descanso. La verdad era que se sentía tan a gusto que, concentrándose lo más que pudo en un limitado espacio físico, lo que jamás había hecho, se quedó ahí. Ya en su viaje por el cosmos había visto el mismo fenómeno millones y millones de veces y sabía el efecto que eso producía en los planetas en donde ocurría. Destrucción total asegurada. Y mientras tanto, en la superficie de la tierra llegaba el gran invierno, luego del cataclismo cósmico que barrería con las especies que habían dominado la superficie del planeta. Había percibido el enorme impacto del meteorito con el mismo interés que un humano tendría si una lámpara se hubiera encendido durante unos segundos en una habitación iluminada. Y se había dispuesto a realizar luego de ello, una actividad análoga a una siesta humana.