miércoles, 12 de octubre de 2016

El sueño de Leonardo. Cap. III





Aquí una entrega doble,ya que con el asueto del día los lectores tendrán más tiempo disponible..gracias por sus donativos! La entidad viajó sin prisas, deleitándose con el paseo, trasladándose como el enorme misterio sombreado, una distorsión apenas tangible del espacio, una presencia inexplicable, no humana, una mezcla de un campo de electricidad estática de un altísimo voltaje con un frío glacial sin nada de viento, capaz de erizar los cabellos hasta a un exorcista. Era una especie de densidad que hacía más oscuro el sitio donde se confinaba. Normalmente prefería extenderse como una manta hasta donde podía, pero cuando necesitaba actuar sobre el plano físico necesitaba confinarse en un espacio más reducido, y de haber sido detectada por alguien capaz de verla, la habría percibido como un pozo amorfo de vacío en la oscuridad reinante. Hasta donde había percibido, la tenue imagen que le hizo resucitar los recuerdos de las masacres medievales, aún permanecía en una pequeña área que le llamaba la atención tanto como a un humano le pasaría si vislumbrara una vela encendida en el medio del bosque. Leonardo se revolvía, presa de un inquieto sueño. Estaba en el medio de una aldea grande, casi un poblado, en medio de una salvaje matanza. Espeluznado, vió frente a él cómo un hombre a caballo, armado hasta los dientes, abría en dos con su espada la cabeza de un regordete aldeano que huía, aterrado, con la misma facilidad que si hubiera sido un melón, y vió cómo el hombre a pesar de estar prácticamente muerto seguía corriendo aún varios metros hasta desplomarse como un fardo de harapos. Paralizado, veía cómo arrojaban las cabezas, limpiamente cercenadas, de varias doncellas por las ventanas, con bocas y ojos desmesuradamente abiertos, aún prolijamente maquilladas, abriendo y cerrando las mandíbulas, tratando de proferir alaridos de terror, quedándose inmóviles mientras poco a poco la sangre fluía fuera de los cerebros. El anciano párroco del pueblo había sido crucificado vivo en la puerta de su iglesia, para que atestiguara el sufrimiento al que serían sometidos sus feligreses. Felizmente había muerto en las primeras horas de la masacre, víctima de un infarto fulminante causado por el dolor de las heridas y las espantosas escenas que fue obligado a presenciar. El perfumista había corrido un destino relativamente menos violento: fue obligado a meter la cabeza en un cubo lleno de sus propios productos, haciéndolo ahogándose en ellos. Por supuesto, el carnicero del pueblo y su empleado hacía rato ya que estaban convenientemente dispuestos en los ganchos en que solían colgar sus propios productos. Todas estas imágenes pasaban frente a los ojos de Leonardo con una enorme cantidad de detalles. No se percató en un principio, pero sentía que algo no estaba bien. Tenía náuseas por el olor a sangre, fluidos de las vísceras, y la pestilencia a carne quemada. Eso debió haberle dado indicios de lo que estaba pasando. Porque no era ya un sueño. Se sintió flotar, aumentando la visión de lo que estaba sucediendo. Trató de caminar, pero no pudo, sino que se desplazó a tumbos en el aire, como un globo desinflado, en cámara lenta. Atravesando paredes, ascendió sin mucho control acerca de su dirección, viendo escenas horripilantes a cada instante. Familias enteras decapitadas en sus hogares, ancianas tratando de sostener sus vísceras con las manos mientras se arrastraban buscando inútilmente un lugar seguro, siendo pisoteadas cruelmente por la tropa de saqueadores cargados de riquezas. Un panadero había sido arrojado vivo a su propio horno, siendo aplastado su joven ayudante por los caballos de los soldados que buscaban llevarse las provisiones de harina. Varias jovencitas se habían arrojado enloquecidas desde lo alto del campanario de la iglesia en que se habían refugiado. Pero también pudo ver a una media docena de astutas monjas que habían arrastrado varios cadáveres semidescuartizados a las puertas del convento, dejándolas abiertas, huyendo luego por una pequeña abertura en el derruido muro de piedra del huerto que había sido cubierta por los arbustos, con todos los niños sanos y salvos. Se ocultaron en una pequeña cueva que había sido descubierta hacía muchos decenios, y de cuya existencia solamente sabían la madre superiora y otras monjas muy allegadas. Con arbustos arrancados , ocultaron desde adentro la entrada. Al pasar la matanza, luego de unos días, dos novicias salieron ocultas por el velo de la noche para poder verificar que el peligro había pasado.

martes, 4 de octubre de 2016

El Comienzo del fin. Violeta.





Violeta se duchó, como acostumbraba luego de su acostumbrada carrera a toda velocidad por el vecindario luego de un día agitado en el jardín de niños. Se puso una pijama oscura, de hombre, que había sido propiedad de un ex; pero que ella encontraba muy cómoda y la había tenido por años, y unas pantuflas viejísimas. Luego de contestar un par de emails en su tablet mientras calentaba su cena en el microondas, cenó frente al TV, viendo una película. Una absurda épica medieval, muy de moda en esos días, pero que a pesar de los elaborados vestuarios del elenco, muy poco de las realidades de esos días, y de las verdaderas costumbres, reflejaba. Aburrida hasta lagrimear, se quedó dormida en el sofá. Teo, por su parte, estaba muy ocupado en ese momento, tratando de volver a armar un carburador para su pequeño auto, que había comprado siguiendo el consejo de una de sus páginas favoritas, las de supervivencia a eventos apocalípticos. Y no había hecho un mal negocio: había comprado el pequeño auto japonés de dos puertas a precio de ganga. Pero no era excesivamente difícil, y luego de un par de intentos tuvo el carburador armado a medias. Ya era un poco tarde y al día siguiente tendría que madrugar, pues necesitaba hacer un par de diligencias tempranas ineludibles. Así que apagó la luz en su pequeño taller y subió a dormir. Desde su cama, con su tablet cerró todas las puertas y ventanas, activó las alarmas y las pequeñas cámaras de seguridad. La puso en modo de reloj nocturno, con un fondo repetitivo de sonidos del mar, y la instaló en su sitio en la mesa de noche. A los pocos minutos ya estaba roncando pacíficamente.Leonardo desmontó la pieza una vez terminada, y con la pequeña pistola de aire comprimido, la roció, quitándole el exceso de aserrín. Para destacar los relieves y los bajorrelieves, aplicó un poco de tinte en un paño y lo frotó suavemente en toda la superficie. Luego volvió a fijarla con las abrazaderas a la mesa de la fresadora, e hizo una corrida más luego de instalar una herramienta de punta fina, a fin de remover cuidadosamente algo de material en derredor del fatídico escudo, y que destacara contra un bonito fondo de madera clara. Satisfecho con el resultado, lo colocó en la mesa, tomó un último par de sorbos de whisky y se fue a descansar. Sería la última vez que se sentiría normal por el resto de sus días.

lunes, 3 de octubre de 2016

El comienzo del fin! -Continuación





A miles de kilómetros, a medida que la punta de la fresadora iba desbastando las fibras de la madera, y las virutas iban siendo absorbidas en su turbulento recorrido hacia las entrañas de la aspiradora, una conciencia percibía que en la mente de un pequeño ser, indefenso, sin barreras mentales, sin preparación ni conocimientos, se había generado una imagen estrechamente conocida. Y junto con ella, pudo captar otra escena que le hicieron recordar varias imágenes de una especial jornada en la que la comilona fue excepcional, verdaderamente orgiástica. Pantagruélica. No tanto por la cantidad de miedo vertida. Era la duración del evento el motivo de sus dulces recuerdos. 4 días de increíbles escenas de inenarrable desprecio a la vida humana. Miembros cercenados, cabezas puestas en los alféizares de las ventanas. Vísceras por todas partes: calles, aceras, colgando de los anuncios de los establecimientos. Algunos perros y gatos que habían sido domésticos se habían sentado tranquilamente con la panza llena, y el hocico manchado de rojo. El salvajismo de la horda de asesinos no había conocido límite. Ollas que sirvieron para preparar potajes para las familias, habían sido grotescamente transformadas en recipientes para manos cortadas. La aldea tenía varios habitantes más o menos prósperos con varios anillos en cada mano. Y los atacantes habían tomado su botín. Afortunadamente, eran tiempos ya idos.

domingo, 28 de agosto de 2016

Cap. V - "Posesión". El comienzo del fin.





Roberto entró a su pequeño taller en el garaje, donde prefería tener todos sus implementos, lejos de las inquietas manos de sus chicos. Encendió el computador que tenía en una esquina, y comenzó a buscar un proyecto interesante para llevar a cabo. Harto de portarretratos insípidos, revisteros y cajitas para joyas, se decidió a hacer un grabado. Unas fotografías que vió en uno de los foros le dieron la idea de grabar un escudo medieval. Su proceso de selección no fue difícil. Uno de los primeros que surgió en su monitor fue el de la familia Bukóry. Una calavera con los dientes puntiagudos, dos cimitarras o armas parecidas…y un haz de flechas. En seguida pensó que a los chicos les iba a gustar. La descargó, trabajón un rato en ella mientras la procesaba con su software especial para imágenes, y colocando una placa de madera ya preparada previamente, comenzó el proceso de grabado en relieve. No era aficionado a beber, pero se permitía un par de sorbos a la botella mientras la máquina automatizada hacía su trabajo. Se sirvió un poco en una taza de café recientemente usada que encontró a la mano. Volviendo a su monitor, se dedicó a leer los comentarios dedicados al escudo. Abrió un enlace, y quedó embebido en la observación de un enorme cuadro que había estado en el castillo de la familia en la Europa del Medioevo, durante muchos años, y que representaba fielmente una de las matanzas más famosas, la de la aldea de Fodor, en un lejano valle de lo que luego sería Transilvania. Qué epoca tan brutal, pensó. Menos mal que ese tipo de cosas ya no ocurrían. Claro, no era exactamente alguien a quien le interesaran mucho las noticias mundiales. Después de todo, tenía una vida cómoda en su pequeño y seguro rincón del mundo. Pero no sabía que los humanos podían ser una antena de alta frecuencia, para las sensibilidades de algunas conciencias que supieran escucharlas.

domingo, 14 de agosto de 2016

Continuación - Cap. IV - El Despertar - ""Posesión"





Cuando fueron aprendiendo, comenzaron a implantar ideas extrañas. Decorarse con diferentes objetos para diferenciar sus clanes de las demás entidades, y luego en el correr del tiempo, una gran variedad de símbolos, como banderas, estandartes...y escudos. Aquí radica el punto de inflexión de toda la situación que desencadenó la espantosa aventura de Teo y Violeta. Luego de que lo tuvo listo, ese escudo sería testigo de enormes matanzas sin sentido. No había ninguna razón en sus andanzas. Llegar a un pequeño poblado, arrasar con sus habitantes, saquearlo, vandalizarlo, y luego proseguir con el próximo. Durante decenios, el escudo se fue asociando en esa mente no humana, ni animal, con el divino placer que le producían la muerte, el dolor y el horror. Ya la imagen del escudo sería una parte de ella, para siempre. Y con él ondeando sobre pueblos ardientes, cubiertos de cuerpos mutilados, había aprendido a extraer una exquisita energía que le servía de alimento, a partir del terror y el pavor que experimentaban los pequeños seres a quienes había aprendido a esclavizar. Y extraños como son los designios de algunas cosas, ese escudo permanecería inalterado en pergaminos antiguos de monjes que los registrarían para el conocimiento de los historiadores en los siglos venideros. No solamente sería placer lo que obtendría esa entidad que usaba su escudo durante las expediciones. Sería miedo. Y eso para ella, significaba alimento.