Cuando fueron aprendiendo, comenzaron a implantar ideas extrañas. Decorarse con diferentes objetos para diferenciar sus clanes de las demás entidades, y luego en el correr del tiempo, una gran variedad de símbolos, como banderas, estandartes...y escudos. Aquí radica el punto de inflexión de toda la situación que desencadenó la espantosa aventura de Teo y Violeta.
Luego de que lo tuvo listo, ese escudo sería testigo de enormes matanzas sin sentido. No había ninguna razón en sus andanzas. Llegar a un pequeño poblado, arrasar con sus habitantes, saquearlo, vandalizarlo, y luego proseguir con el próximo. Durante decenios, el escudo se fue asociando en esa mente no humana, ni animal, con el divino placer que le producían la muerte, el dolor y el horror. Ya la imagen del escudo sería una parte de ella, para siempre. Y con él ondeando sobre pueblos ardientes, cubiertos de cuerpos mutilados, había aprendido a extraer una exquisita energía que le servía de alimento, a partir del terror y el pavor que experimentaban los pequeños seres a quienes había aprendido a esclavizar. Y extraños como son los designios de algunas cosas, ese escudo permanecería inalterado en pergaminos antiguos de monjes que los registrarían para el conocimiento de los historiadores en los siglos venideros. No solamente sería placer lo que obtendría esa entidad que usaba su escudo durante las expediciones. Sería miedo. Y eso para ella, significaba alimento.
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