martes, 4 de octubre de 2016

El Comienzo del fin. Violeta.





Violeta se duchó, como acostumbraba luego de su acostumbrada carrera a toda velocidad por el vecindario luego de un día agitado en el jardín de niños. Se puso una pijama oscura, de hombre, que había sido propiedad de un ex; pero que ella encontraba muy cómoda y la había tenido por años, y unas pantuflas viejísimas. Luego de contestar un par de emails en su tablet mientras calentaba su cena en el microondas, cenó frente al TV, viendo una película. Una absurda épica medieval, muy de moda en esos días, pero que a pesar de los elaborados vestuarios del elenco, muy poco de las realidades de esos días, y de las verdaderas costumbres, reflejaba. Aburrida hasta lagrimear, se quedó dormida en el sofá. Teo, por su parte, estaba muy ocupado en ese momento, tratando de volver a armar un carburador para su pequeño auto, que había comprado siguiendo el consejo de una de sus páginas favoritas, las de supervivencia a eventos apocalípticos. Y no había hecho un mal negocio: había comprado el pequeño auto japonés de dos puertas a precio de ganga. Pero no era excesivamente difícil, y luego de un par de intentos tuvo el carburador armado a medias. Ya era un poco tarde y al día siguiente tendría que madrugar, pues necesitaba hacer un par de diligencias tempranas ineludibles. Así que apagó la luz en su pequeño taller y subió a dormir. Desde su cama, con su tablet cerró todas las puertas y ventanas, activó las alarmas y las pequeñas cámaras de seguridad. La puso en modo de reloj nocturno, con un fondo repetitivo de sonidos del mar, y la instaló en su sitio en la mesa de noche. A los pocos minutos ya estaba roncando pacíficamente.Leonardo desmontó la pieza una vez terminada, y con la pequeña pistola de aire comprimido, la roció, quitándole el exceso de aserrín. Para destacar los relieves y los bajorrelieves, aplicó un poco de tinte en un paño y lo frotó suavemente en toda la superficie. Luego volvió a fijarla con las abrazaderas a la mesa de la fresadora, e hizo una corrida más luego de instalar una herramienta de punta fina, a fin de remover cuidadosamente algo de material en derredor del fatídico escudo, y que destacara contra un bonito fondo de madera clara. Satisfecho con el resultado, lo colocó en la mesa, tomó un último par de sorbos de whisky y se fue a descansar. Sería la última vez que se sentiría normal por el resto de sus días.

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