miércoles, 20 de julio de 2016

Continuación Cap. IV - El Despertar.





El olor y el sabor de la sangre le pareció una exquisitez, un manjar tibio, salado, digno de degustarse una y otra vez. Correr detrás de las presas que huían despavoridas, le pareció lo más divertido que había hecho en su increíblemente larga existencia. Estuvo en esa actividad durante varias vidas consecutivas de depredadores, variando de uno a otro, como un chico que juega durante una tarde con varios juguetes. El apareamiento le pareció otra actividad instintiva de los organismos vivientes de lo más interesante. No podemos culparla de eso. A pesar de que una pequeña parte de su esencia energética era transmitida en cada oportunidad, nunca fue consciente de eso. Pero se fue extendiendo lentamente, formando pequeños duplicados que a pesar de que tenían consciencia de existir, no conocían su origen. Al no saber de dónde provenían, ni qué eran, su actitud se hizo furibundamente errática. Como niños, no distinguían el bien ni el mal. Y era lógico: tal división, sin la presencia arrogante de la humanidad no existía. Fueron esparciéndose por la superficie de la Tierra, conscientes de sí mismas, y de la existencia de otros seres como ellas, no tan fuertes como la entidad de la que provenían, pero sin duda mucho más agresivas. Y con el mismo gusto por la violencia y la sangre de los animales a los que habían aprendido igualmente a poseer. Cuando el fin de esa era llegó, en forma de una noche de cientos de miles de años producto del inmenso volumen de polvo arrojado a la atmósfera por el impacto, y las formas de vida orgánicas que había aprendido a manejar como un escolar a sus títeres, se extinguieron, para la entidad oscura fue como simplemente la llegada de la hora de la siesta. Había ciertas zonas que había descubierto, explorando el interior de la corteza, en las que se sentía más a gusto, ya fuera por razones de intensidad o dirección de los campos geomagnéticos del planeta, cuyas corrientes podía sentir, palpar.

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